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Curva emocional de un proyecto

Se me da fácil pensar e imaginar cosas. De niña vivía transformando todo. Le encontraba forma a las piedras, a las nubes, hasta a las manchas de la pared. Veía figuras ocultas, que envolvían mis pensamientos y entraban unas ganas descontroladas de pintar, dibujar, doblar o cortar. Esa chispa sigue intacta, por eso disfruto tanto mi trabajo y los momentos de pensar y dibujar proyectos. ¿Y luego?, ¿qué pasa una vez que la chispa se enciende? ¿Como paso de eso a construir?
Lo que sigue es un proceso que se aleja de las lógicas a las que estamos acostumbrados: quiero esto, tengo esto… Se da inicio un gran proyecto personal que cambiará tu forma de vivir.
El vaivén emocional que se vive se asemeja más a subir a una montaña rusa. Al principio nos desborda el entusiasmo, la adrenalina inicial, y el deseo nos lleva a iniciar el proceso casi sin darnos cuenta. Seguro a todos nos pasó de haber subido a una montaña rusa con mucha energía y cuando se pone en marcha nos preguntamos ¿por qué se mueve tan lento? Ahí tomamos consciencia de donde estamos. Y comienza la caída libre. El exceso de información nos agobia, queremos abandonarlo todo, tener algo resuelto, más sencillo. Pero seguimos vivos y andando. Nos envuelve tremenda determinación y pasamos a usar todas las herramientas a nuestro alcance para que el proyecto salga.
El proyecto de la casa propia, al igual que escribir un libro, finalizar la carrera, o generar cualquier otro “gran” cambio, tienen una compleja serie de altibajos. A diferencia de la montaña rusa cuya duración es de segundos, estos procesos enlentecen el tiempo.
Casi al final nos cansamos, porque así son los finales de todo aquello en lo que depositamos todo de nosotros. Y así debe ocurrir, para entender que las cosas en las que dejamos el alma frenan el tiempo y marcan nuestra historia.
Paisajismo